¡No sueltes al suspiro apretado
que alterado está en el fondo de tu hastío!
¡No lo sueltes, por favor! Y te lo pido
con un grito silencioso enamorado.
Pues mis ojos suplicantes son dos manos
que se juntan en mirar arrodillado.
Expectantes al suspiro encarcelado
que propone un final inmerecido.
Se notaba que su perturbación era leve y pasajera. Por un
instante pensé que nada le importaba demasiado, que vivía como vive el que nada
tiene y nada espera.
La quise zamarrear con mis palabras cuando le manifesté mis
dudas acerca del amor que le tenía, que estaba confundido, y creo que lo único
que hice es confundirla a ella también.
Está bien. Pisé en falso y me arrepiento, ahora se va a
sujetar a esa idea y la va a tomar como propia.
Miré sus ojos volados y me asusté. La estaba perdiendo,
tenía que actuar rápido ¡ya!.
-
Va a ser muy difícil tu vida si no estás conmigo - le
susurré como al pasar.
-
¿Te parece?
-
Si, estoy seguro.
-
Bueno, no te sientas mal, ya me sobrepondré.
“Esto se pone feo” pensé. Le pasé mi mano con mucha dulzura por
la cara, para ver si con la convicción de mis ojos podía cambiar lo que dijera
mi boca.
Ella lo disfrutó un momento, pero luego su cara se volvió de
hielo, y por primera vez me miró.
Como quien está a las puertas de la muerte, mi vida se pasó
frente a mis ojos, todo lo que viví con ella, todo el esfuerzo que hice porque
me amara, toda mi dedicación, mi esperanza, mi amor…
Me temblaban los huesos, pero me quedé quieto esperando su
sentencia. Era la primera vez que me arriesgaba a tanto, tal vez de tanto
probar sin resultados pensé que manifestarle mi falta de amor la haría
reaccionar, y me querría.
Uno también es humano y se cansa, pero tenerla a mi lado
sobrepasaba todo lo hecho y volvía a pensar que el cualquier afán que pusiera era
poco en relación con la desazón que me provocaría el que se vaya de mi lado.
- Bueno, decime algo – la apremié.
- No se me ocurre nada, si querés dejarme, está bien.
Aaaaaaaaah ¡que mala mujer! Nada le importo,
-
Rosita ¿realmente no te importa que te deje? ¿No me
querés ni siquiera un poco?
-
Si, claro que te voy a extrañar.
-
¿Pero me querés?
-
No.
Listo, ya está, basta. Soy un ser sin dignidad. Tengo que
irme.
Pasaron los meses. La presencia de Rosita me seguía a todos lados, y un día me
corté las venas ¿Y para qué? Si a Rosita no se le cayó ni una lágrima.